sábado, 2 de mayo de 2009

Barbie

La conocí hace unos cinco años en un chat desaparecido ya. Pronto nos gustamos y nos queríamos como adolescentes. Todo eran palabras preciosas, emociones dulces y ganas inmensas por conectarnos. Ella estaba en el último curso de Psicología allá en Honduras. Era muy guapa y dulce. En la universidad, sus compañeros la llamaban la "inalcanzable" por su carácter altivo; sin embargo, conmigo mostraba su parte más sumisa, me decía. El año siguiente iba a venir a España a pasar un año estudiando y quería estuviéramos juntos un fin de semana. Me asusté. Todo iba bien mientras fuera un sueño. Por primera vez, tuve miedo que mi matrimonio se tambaleara. Ella se percató diciéndome que no quería ser una amenaza, pues yo le comentaba lo bien que estaba mi vida, lo feliz que era llevando una vida convencional.

Un día la telefoneé y vi que era de carne y hueso. Desgraciadamente, ya no recuerdo el timbre de su voz, tan sólo la naturalidad con la que hablamos. Nos preguntamos por nuestras fantasías; y le conté que me la imaginaba atada en una silla en donde le hacía de todo. Recuerdo que me dijo que estaba dispuesta a "entregarse", pero que, por favor, tuviera mucho cuidado. Ella deseaba que le vendara los ojos y la atara a la cama. Además, quería pasar toda una noche haciendo el amor, y me preguntó si sería capaz de aguantarlo... Tuve mis dudas, nunca me había planteado una noche así salvo en mis sueños, y me imaginé una noche "empapao" de sudor como en las películas.

Ni yo ni ella conocíamos este mundo y me preguntó de dónde surgía esa necesidad. Pasaron los días y recordé la muñeca que trajeron mis padres de un viaje a Tailandia allá por los años 70. Era una azafata rubia vestida con el típico traje azul marino, con su gorrita, sus botones dorados y un bolso. Era entonces un niño de pocos años. Me encontraba solo en casa, esa mañana no había ido al colegio. Fui al comedor y me llevé a la muñequita a mi cuarto. La puse sobre el suelo y aún recuerdo la excitación que me produjo desabrocharle los botones...

Hablaba con ella como si fuera mía, sin ningún miedo. Una vez desnuda, até sus manos a la espalda y la amordacé con un retal blanco.... La insultaba, la abofeteaba, la pellizcaba... Era tan pequeño que no recuerdo si se me puso "dura", no sabía entonces lo que era masturbarse... Acabado el juego, la puse bajo mi cama, y pasé la noche así...

Al despertarme, sentí vergüenza. Tuve miedo que mis padres me "pillaran" y la tiré a fondo de un armario que hacía de desván. Ya no volví a verla más. Quedó escondida en el fondo de mi memoria. Al recordarlo, me sorprendí mucho cómo aquella experiencia había permanecido oculta en mi durante tantos años.

Cuando tienes una relación de mucha conexión, las dudas, los miedos se notan enseguida. Ella notó lo "cagadito" que debía estar... La volví a pinchar, pero ya nunca me contestó. Sentí una gran pesadumbre por todo, por mis miedos, mis inseguridades, por el sacrificio que me suponía el estar casado, pero el tiempo lo cura todo... Uno vuelve al día día y entonces aquellas sensaciones se convierten en recuerdos.









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